martes, 2 de noviembre de 2010

Ella - Él - Espejo - Vos - Yo

Ella: diagnósticos y cambios
Diplomada en mal carácter, experta en gestos avinagrados y doctorada en antipatía eran los calificativos que le asignaban sus amigos.
Los enemigos directamente la descalificaban.
Algunos atribuyen a una tristeza más profunda que superficial su modo de ser. Son los que le escucharon decir que "cuando alguien es feliz, es más bueno. Yo lo sé, aunque no lo siento".
Otros indican que la culpa de su desapego por la alegría tenía varias causas, a saber:
-Le achacaban tristeza, pero no la ayudaban a cambiar de ánimo.
-No sabía qué quería y lamentaba a cuenta del momento en el que suponía habría de sentirse aún peor por advertir de qué se había privado.
-Era del tipo de personas que prefieren pagar alquiler de por vida con tal de no llenar formularios para acceder a un crédito hipotecario.
-Diagnosticaba minuciosamente los obstáculos que encontraba y los que se construía en el camino que no atinaba a transitar rumbo al bienestar. La conciencia de esto le generaba tal cansancio anímico y físico que la dejaba sin ganas de pensar acciones para despojarse de su lastre espiritual.
-Experimentaba culpa por preferir la inercia a los desafíos.
-Tildaba de injusta la situación que vivía cuando escuchaba lamentaciones por hechos de los que no había sido responsable y se castigaba toda vez que no podía dejar de transmitir su malestar a quienes no se lo habían causado.
El empleado de la panadería adonde ella compraba "medialunas o nada" cree que el principal problema de la chica era su afición por los sentimientos de culpa.
La mujer de la despensa no daba crédito a las presunciones del muchacho de la panadería. "No se conoce a nadie por escucharlo decir 'deme pan', '¿cuánto es?', 'gracias' y 'hasta mañana', era lo primero que expresaba antes de señalar que "lo que a ella le falta es un compañero. Yo, por ejemplo, tenía asma hasta que me casé y después se me pasó".
El peluquero, quien aseguraba que el asma de la señora había pasado a sufrirlo su marido apenas se casó con ella, estimaba que la joven estaba bien mientras él le cortaba el pelo. Segundos después reparaba en que la receta resultaba escasamente útil pues no era mayor a una hora mensual el tiempo que ella transcurría en la peluquería.
Los meses se sucedieron. Año nuevo la encontró a Rita -tal su nombre- desechando la alternativa de pedir tres deseos. Sus compañeros de cena la oyeron pronunciar que "nada cambia, dejalo así".


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